UNA APROXIMACIÓN A LA FAMILIA ROMEU
De Romeus hay por todas partes. Manifestando su sentido de peregrino se han
esparcido por todo el mundo y han dejado bien arraigado su nombre en la base de
extensas familias. Los hay en Francia, en Italia, también en Alemania, los hay
en Argentina, Cuba, en Puerto Rico -en estos últimos países han dejado un
espíritu artístico extraordinario- y, no hace falta decirlo, por toda la
península ibérica y, en particular, en el litoral mediterráneo.
A pesar de su origen incierto, se sabe que la introducción del apellido en
Cataluña es, como mínimo, tan antigua como la propia formación del Principado y
que, extendiéndose hacia el sur, lo portaron algunos de los primeros
repobladores del reino de Valencia. Hay Romeus que ya están documentados en las
Cròniques de Jaume I (1229) como
hombres de la confianza del rey a quienes se les concedieron bienes
conquistados a la dominación sarracena. Otros, gentilhombres, que fueron
consejeros de Barcelona, guardianes de la moneda, cónsules de mar y demás
cargos y dignidades propias de la oligarquía medieval de la ciudad.
Pero, con todo el respeto, no es de estos próceres que tratará nuestra
historia; próceres, por cierto, cuyas estirpes no proliferaron, se
desvanecieron en el tiempo o se les perdió el rastro. Nuestro objetivo es
fijarnos en una de las ramas más fecundas que ha generado el árbol primigenio desde
que el nombre es nombre. Una rama y una gran parte de su ramaje, aún hoy bien
vivo, que nació de un terreno arcilloso y secano, entre viñedos y olivos,
rieras de aguas exiguas, jornadas de mulas y casas a solana.
La familia
Provenientes del sur de Occitania, seguramente de las riberas del Ariège, los primeros Romeu de esta
familia se instalaron en el Alt Penedès a mediados de 1500 para ejercer su
profesión: la de labrador. Que fueran hugonotes calvinistas exiliados de su
territorio a causa de las guerras de religión del siglo XVI, tal como sospecha
el profesor y erudito Josep Romeu Figueras, no se ha hecho patente en pruebas
documentales -él mismo lo admite- pero lo que sí tenemos es un primer registro
del archivo parroquial de Sant Pere de Riudebitlles donde se anota un Jaime
Romeu, casado en 1607, padre de cuatro hijos inscritos en el libro de bautismos
del pueblo. Este antecessor familias,
el primero de quien tenemos noticia, creemos que ya nació en Cataluña pero es
muy posible que sus padres hubieran sido algunos de aquellos que tomaron parte
de la corriente migratoria de la que nos habla el profesor.
He aquí, pues, que Jaime Romeu se casó con Ana Rafecas, una mujer de Sant Pere
con quien tuvo, como hemos dicho, cuatro hijos: tres mujeres y, por lo que
parece, un único varón, Jaime, el cual se casó dos veces y fue quien continuó
la línea genealógica que nos ocupa. Este Jaime (segundo) tuvo siete hijos,
entre ellos, un Jaime (tercero) que tuvo diez y, luego, un Jaime (cuarto) que
ya tuvo quince, desarrollando así una progresión reproductiva que hay que
entender, entre otros factores, por el elevado porcentaje de mortalidad
prematura y prenatal que diezmó el país hasta bien entrado el siglo XIX.
Pero es que esta fertilidad no sólo la hemos descubierto en la línea de los
primogénitos sino también en otros hermanos y hermanas que, además, fueron
manteniendo un ritmo procreativo parecido por un par de generaciones más. Esta es,
básicamente, la causa de la gran expansión familiar de la que hablábamos al
principio y también el efecto “peregrino” de aquellos y aquellas descendientes
que tuvieron que buscarse otros lares y medios de vida fuera de los que podía
ofrecer la herencia paterna.
Los herederos
Tanto si uno se pasea per el Alto o Bajo Penedès como si recorre también el
Anoia, los dos Vallesos, la Osona, Lleida, el Tarragonés y otros paisajes catalanes
-y podríamos añadir de valencianos- de ca’ls
Romeu1 se encontrará esparcidos aquí y allí. Se topará con
casas, masías, molinos, barrios y hasta pequeñas aldeas que llevan este nombre.
Y cada uno de ellos tiene una historia inherente a los que fueron sus
habitantes: herederos, pubilles2,
fadristerns3, núcleos
familiares no todos con casa propia, claro, ya que la mayor parte de los que se
ligaban al campo, lo cultivaban en régimen de aparcería y, de las casas, sólo
eran masovers4.
Jaime Romeu Ferrer (el quinto de la saga) nació en 1710. Su padre, que no
era exactamente de Sant Pere, sino de los alrededores, fue jurat5 de la villa y, por lo que parece, un labrador con
una cierta prosperidad que murió en las casas de Cerdà de Palou, finca histórica de la antigua quadra6 de Palou,
en el Pla del Penedès, donde fue residente y uno de los encargados de su
explotación agrícola. El motivo de este hecho, nos remite a uno de los
episodios históricos de la masía. Como les pasó a muchos campesinos hacendados
catalanes después de la Guerra de Sucesión, los dueños de la casa, viéndose
asfixiados por los impuestos catastrales a los que les sometió la monarquía
borbónica, tuvieron que pedir ayuda a otros propietarios rurales, adinerados,
para intentar evitar su ruina económica. Uno de estos -interesados- salvadores,
fue un hombre que fue clave en el devenir de la familia Romeu: Bartolomé Martí,
hijo y nieto de ricos mercaderes, con casa y propiedades en Sant Pere, y que
encomendaba el cultivo y rendimiento de sus tierras a Jaime Romeu y a sus
hijos. Es más que factible, pues, que los nuevos intereses adquiridos por este
hacendado en la masía Cerdà, estuvieran bajo control de su capataz de
confianza, Romeu, que acabó trabajando codo con codo con los Palou hasta el
final de su vida.
Su hijo primogénito, Jaime (quinto) -que es con quien en principio
queríamos fijarnos-, también fue concejal de Sant Pere. Contrajo matrimonio en
dos ocasiones, la primera, con Candía Olivella que le dio cuatro hijos y, la
segunda, con Francisca Almirall, hija de Sant Jaume Sesoliveres y perteneciente
a una familia del Penedès antiquísima, que le dio once más. Este Jaime, junto
con algunos de sus hermanos, continuaba encargándose de las propiedades de
Bartolomé Martí que, por cierto, no tuvo descendencia y quien, gracias a esta
eventualidad, en 1753, creyéndose a punto de morir dispuso unas últimas
voluntades que anulaban cualquier otro testamento que hubiera firmado antes, y
que expresaban la decisión de legar todos sus bienes y posesiones a dicho Jaime
Romeu. Desconocemos los motivos más personales que intervinieron en la
redacción de este testamento o, mejor dicho, de este venturoso golpe del
destino, que originó el cambio de condición social de nuestro antepasado,
convirtiéndolo de masover a
propietario, él, i sus herederos que conservaron el legado: José, después
Miguel, y seguidos de Antón, Jaime, Luís Romeu -nombre como se conoce hoy la
casa-, y después Carlos, Antón y los actuales propietarios.
Del resto de parientes que permanecieron en Sant Pere de Riudebitlles, como
pasa en todos los lares que han sido prolíficos, se podrían escribir memorias y
hechos de todo tipo que llenarían estanterías y bibliotecas; no acabaríamos, y
tampoco las sabemos todas. Tendríamos que encontrarlas, eso sí, mezcladas entre
la historia de otras familias del pueblo: los Carol, Riba, Sabater, Olivella,
Esteve y tatos otros...
Los hermanos
Así como la línea hereditaria que hemos examinado hasta ahora ha sido
encabezada fundamentalmente por Jaimes, la que ahora querríamos seguir, la de
los no herederos, se compone de los llamados Jerónimos. El primero que
encontraremos será un Jerónimo Romeu Ferrer, que fue uno de los hermanos de
este último Jaime del cual hemos hablado. Jerónimo Romeu nació en 1715, es
decir, cinco años después del heredero, sin derechos al patrimonio doméstico y,
en consecuencia, destinado a percibir la compensación establecida que tendría
que permitir -por lo menos en teoría- aliviar las perspectivas de su futuro.
Las mujeres de la casa recibían la dote que se pactaba en capítulos
matrimoniales si se casaban y, si no, permanecían en el hogar paterno, toda la
vida, faenando al lado del primogénito. Algunos de los hermanos trabajaban
también parte de las propiedades de la casa paterna y los que se emancipaban,
probaban suerte en otros territorios. La historia de nuestros Jerónimos, pero,
no está ligada al campesinado. Su impronta la tenemos estampada en una marca de
agua (la filigrana de una corona encima de un círculo con asas, con un nombre:
Romeu) que distinguió el papel hilo manufacturado a mediados del siglo XVIII en
los molinos de las cuencas fluviales del Anoia.
Nuestro primer Jerónimo fue maestro papelero. Habría aprendido de muy joven
el oficio en los molinos hidráulicos del torrente de Bitlles en Sant Pere pero
no quiso quedarse. El matrimonio contraído con una mujer de Capellades,
Magdalena Puiggener, le dio la posibilidad pero también la audacia de acercarse
a las fábricas proveedoras de papel “Real Sello” situadas en las orillas del
Anoia, y conocer a las familias industriales balaires7 de la zona: los Coca, los Guarro, los
Romaní... Le fue bien. La buena maestría adquirida en Sant Pere y un espíritu
despierto y luchador le hizo progresar hasta conseguirse molino propio en la
Pobla de Claramunt, conocido aún hoy como el molí d’en Jeroni. Su papel verjurado se ganó una reputación en todo
el Estado español. Hemos descubierto, por ejemplo, la marca Romeu en el papel
utilizado por Francisco de Goya en algunos de sus grabados más conocidos. Fue
alcalde de la Pobla de Claramunt y un hombre muy respetado hasta su muerte en
1785.
Jerónimo y Magdalena tuvieron diez hijos: a los dos primeros les pusieron
por nombre Jaime; uno murió a los dos años y el otro, destinado a ser el
heredero del molino, sólo pudo llegar a los 28, falleciendo antes que su padre
y dejando viuda Francisca Ferrer, con cuatro hijos, cuyo primogénito fue
instituido heredero a los 25 años en el testamento de su abuelo Jerónimo. Este
primogénito, Jaume Romeu i Ferrer, nieto beneficiario del molino, se casó con
Maria Rosa Farreres (hijastra de su su suegra, la viuda Ferrer) pero el
matrimonio no pudo tener descendencia por lo cual, a la muerte de Jaume en
1809, la herencia pasó al siguiente Romeu de la saga por orden de
primogenitura. Este nuevo heredero, que fue Josep Romeu i Coca, primo hermano
del difunto, se convirtió pues en el imprevisto continuador del negocio de
papel. Como vamos viendo, y veríamos aún más si continuáramos rastreando las
líneas familiares, los apellidos que se entrelazan con los Romeu del Anoia
pertenecen al productivo pero riguroso universo de las ruedas de agua, las
calandrias y bruñidores; personajes de dureza probada, acostumbrados a los
pudridores de trapos y las mazas trituradoras de los molinos catalanes del
siglo XVIII.
A los Romeu Coca les sucedieron los Romeu Font y, a estos, los Romeu Tort,
Guixà y Robert que desviaron sus ramas genealógicas por el Anoia, Barcelona y
la Osona (los Romeu Margarit, Romeu Bonastre, Romeu Muntal, Romeu Calmet, etc.)
El molí d’en Jeroni dejó de ser
propiedad de la familia en 1898, pero una buena parte de sus descendendientes
heredaron el espíritu emprendedor de su tatarabuelo de Sant Pere de
Riudebitlles. Los Romeu Bonastre, por ejemplo, fueron los propietarios de una
importante fábrica de estampados en Barcelona, fábrica protagonista, por cierto,
de la célebre huelga de estampadores de 1892. Tamién a finales del siglo XIX,
los Romeu Calmet, nacidos en las colonias textiles junto al Ter, se propagaron,
unos, hasta la región central de Francia donde se instalaron como industriales
tejedores y, otros, retornando al Anoia de sus padres para dedicarse también a
los telares de lanzadora: una fábrica de forros de seda que se fundó en 1915
por iniciativa de uno de los hermanos, José, y que se constituyó, en 1929, en
una razón social que bien podría dar título a esta pequeña crónica: “Hijos y
Hermanos de J. Romeu”.
Los de ultramar
El primer Romeu que descubrimos en tierras americanas es un teniente
coronel de dragones valenciano, José Antonio Romeu, que fue nombrado Gobernador
de California en 1791, aunque por poco tiempo ya que accedió al cargo cuando
estaba ya muy enfermo.
La expansión del apellido que atravesó el Atlántico llegó, no obstante, un
poco más tarde. La “Real Cédula de Gracia” promulgada por el gobierno
absolutista de Fernando VII en 1815 con la que se incentivaba la emigración a
Cuba y Puerto Rico a base de concesiones comerciales, fiscales y la adquisición
de tierras con el objetivo de evitar el aumento del separatismo revolucionario
en ambas islas, podría ser una de las causas de esta expansión. En esta época,
por ejemplo, se deja ver Buenaventura Romeu, un capitán mercante de Vilanova,
que se instaló en Puerto Rico con su mujer, Cecilia Pasqual, y de los cuales
surgió una de las familias Romeu más dilatadas del continente, con una
infinidad de ramas esparcidas por toda la isla además de Cuba y los Estados
Unidos.
Una parte de los Romeu cubanos son parientes de esta gran saga
portorriqueña pero hay otros que desembarcaron en la isla directamente desde
Cataluña y otros lugares de la península. Es el caso de una estirpe cubana que
merece un capítulo aparte por su relevancia artística en la música caribeña e
internacional. La rama parte de un comerciante catalán, Juan Romeu Barsa, que
se casó con una cubana, Teresa Rodríguez, y con quien tuvo un hijo, Antonio,
nacido en Matanzas en el año 1850. Antonio tuvo cinco hijos siendo, dos de
ellos, músicos compositores: Antonio María y Armando. El primero, apodado el
mago de las teclas, está considerado una leyenda en el mundo de las orquestas
de baile cubanas; autodidacta y creador de un estilo personal que devino piedra
angular en la interpretación del futuro danzón. El segundo, Armando, estuvo
casado con Angélica González durante 84 años -estableciendo un record guinness de longevidad
matrimonial- y con quien tuvo nueve hijos (ocho de los cuales, músicos). De
esta siembra vino una cosecha de compositores, instrumentistas y directores de
orquesta como son Armando, máximo difusor del jazz en Cuba, las dos Zenaidas
-madre e hija-, pianista y directora de la Camerata Romeu respectivamente,
Mario, músico pianista, Zulema, compositora y acordeonista, Jeannette, concertista
de jazz... valgan los citados como un reducido ejemplo de la gran cantidad de
maestros compositores y magníficos intérpretes, muchos de ellos
internacionales, agrupados sin parangón en una sola familia.
La rama de Sant Pere de Riudebitlles no fue una excepción al fenómeno
migratorio de principios del siglo XX hacia la América de las oportunidades.
José y Antonio Romeu Valls, descendientes -que no herederos- de aquel Jaime
Romeu beneficiario del testamento de Bartolomé Martí, emigraron a bordo de un barco
como polizontes en 1907. Una vez en Argentina, Antonio tuvo dos hijos y José,
que se casó en 1922 en Pehuajó (Buenos Aires) con Luisa Sofía Rutishauser,
once. Su familia actual recuerda al abuelo José con la ternura y el respeto que
merecen aquellas personas que, teniendo que irse sin más que la esperanza en
una vida mejor, se expatriaron hacia un nuevo mundo para no volver. Murió en
Argentina en 1989.
Encima de un carro con dos pianos
No querríamos acabar esta concisa ojeada a los Romeu ultramarinos sin hacer
mención a una de las historias más emotivas que nos han puesto en manos,
escrita en forma de un diario de viajes -de 1852 a 1862- por Jaime Romeu
Brunet, hijo de una familia de Barcelona y del Prat del Llobregat hacia 1700.
Jaime y su hermano José, luthiers
artesanos, decidieron en octubre de 1852 aventurarse por tierras americanas partiendo
en vapor desde Barcelona hasta Montevideo. Después de unos años de estancia en
Uruguay afinando pianos y recomponiendo guitarras, fatigados por las continuas
agitaciones sociales y violentos cambios políticos, acordaron marchar hacia
Perú pero, al llegar a Lima después de un largo viaje, una epidemia de fiebres
tercianas en la ciudad los obligó a deshacer el camino hasta Valparaíso y de
allí, en diligencia, hasta Santiago de Chile. En Santiago trabajaron un tiempo,
cuando se propusieron trasladarse a Argentina en busca de mejores
oportunidades. En un carro tirado por bueyes y con dos pianos encima
atravesaron los Andes en 13 días, anotando cada jornada las experiencias y
sensaciones del trayecto, maravillándose de los espectáculos naturales, como cuando
llegaron a la Ladera Negra a más de 4.000 metros de altitud o al pasar el
Puente del Inca, divisando manadas salvajes de vicuñas y guanacos hasta llegar
a Mendoza. Ya en territorio argentino se establecieron una buena temporada
hasta que Jaime sintió la nostalgia de Barcelona -habían pasado ocho años- y un
insuperable deseo de abrazar a la poca familia que les quedaba: su madre y una
sobrina huérfana, Teresa. Así que, dejando a su hermano en Mendoza, en
diciembre de 1860 zarpó en un bergantín hacia España donde las encontró con el
ánimo sereno y buena salud. Escribe que redescubrió una Barcelona muy linda
-eran los inicios de la construcción del ensanche y habría disfrutado de las
instalaciones de los Campos Elíseos y los nuevos jardines de la ciudad- pero
también fría y especulativa; muy diferente del carácter más noble y altruista
de los pueblos andinos. Permaneció con ellas tres meses hasta que les llegó la
noticia de un terrible terremoto que había arrasado la ciudad de Mendoza
matando a más de dos terceras partes de sus habitantes. Al no recibir ninguna
carta ni información de su hermano, Jaime volvió a Argentina con pocas
esperanzas de volver a verlo con vida y, efectivamente, al llegar a Mendoza, se
encontró delante la desolación de la casa totalmente derruida y de la cual tuvo
que sacar los restos de José que aún estaban entre los escombros. En el
cementerio de la ciudad hizo construir un mausoleo en forma de pirámide donde
lo enterró, y volvió a Barcelona. Dos años después se casó con su sobrina,
previa dispensa papal por consanguinidad, y, juntos emprendieron un último
viaje hasta la Córdoba argentina de donde ya no se movieron y donde criaron
seis hijos (Romeu Romeu), cuyos descendientes conservan aún como un tesoro el
manuscrito de sus valerosos antepasados, los dos hermanos luthiers.
_______________________
1: ca’ls Romeu: casas (o masías) Romeu
2: pubilles: mujeres herederas únicas de la familia
3: fadristerns: hermanos del heredero
4: masovers: habitantes de una masía, no propietarios, y
al cargo de la misma
5: jurat: edil, concejal
6: quadra: distrito en el término de un castillo
7: balaires: fabricantes de papel
© Joan Romeu (textos) 2016
© Joan Romeu (fotos) [excpt.: los Andes] 2016
Con el agradecimiento de todas aquellas personas que, a
través de la página de los Romeu, han aportado datos, informaciones y memorias
de la familia y, muy especialmente, a Marta Bartrolí, Zenaida Castro, Francisco
de Francesca, Maria Àngels Ollé, Alberto Romeu, Amanda Teresa Romeu y Devlin
Romeu.